“Arqueología de las plantas embriagantes”, Giorgio Samoniri – Aspectos introductorios

Queridas y queridos lectores, os avanzamos en esta entrada de nuestro blog un fragmento de los “Aspectos introductorios” del libro Arqueología de las plantas embriagantes, del investigador etnobotánico Giorgio Samorini, primer título de nuestra nueva Colección Entheos. Un texto riguroso y apasionante que nos relata la relación ancestral del ser humano con las plantas embriagantes en su búsqueda de lo sagrado.

La historia de la relación humana con las plantas embriagantes se pierde en la bruma del tiempo. Este tipo particular de plantas es omnipresente en la flora de todos los continentes, y su número excede considerablemente al de las plantas embriagantes conocidas por el público general, como el opio, el cáñamo, el tabaco, el té, el café y las bebidas alcohólicas a base de uvas y cereales. Los especialistas en el sector, los etnobotánicos, cuentan al menos mil doscientas especies, y cada año se descubren unas cuantas nuevas. Los pueblos tradicionales utilizan actualmente algunos centenares de plantas, mientras que, en muchos otros casos, no podemos estar seguros de si se trata de un descubrimiento del hombre moderno o, más bien, de un redescubrimiento de plantas conocidas y utilizadas por quién sabe qué etnia del pasado.

Lo que es seguro es la extrema antigüedad del uso y la búsqueda humana de las fuentes psicoactivas con el objetivo de alcanzar una embriaguez, una otredad, una visión o, más propiamente, una modificación del estado de consciencia. El tipo de efecto inducido por estas plantas no es único, sino que difiere según la especie y los ingredientes activos que contiene, así como la interacción de éstos con el individuo y su cultura. Desde un punto de vista estrictamente científico, los efectos de los principios embriagantes se catalogan generalmente sobre la base de criterios químico-farmacológicos: narcóticos-sedantes, estimulantes, alucinógenos, anestésicos, etc. Una clasificación que, aunque útil para la medicina moderna, la psiquiatría y la psicología, no tiene en cuenta la diversificación más amplia de los efectos percibidos por los diferentes grupos étnicos e individuos.

Incluso el propósito por el cual se toman principios embriagantes difiere mucho de una etnia a otra, así como de un individuo a otro de la misma etnia. El hombre busca conseguir la embriaguez por los motivos más variados.

A continuación vamos a presentar una clasificación preliminar, que incluye aquellos campos que hasta ahora se han logrado distinguir: espiritual-religioso, chamánico-terapéutico, exorcístico, mágico-adivinatorio, oracular, ordálico, terogénico (para uso en la guerra), iniciatorio-pedagógico, para el control psicológico, criminal, como viático y tanatogénico, sacrificial, purificador, judicial, socializador y regulador de la socialización, afrodisíaco, lúdico, cognitivo-psiconáutico, productivo/de rendimiento, tolstoiano (como vía de escape de uno mismo y de sus propios problemas). Esta última razón para el uso de embriagantes, identificada por primera vez por el escritor ruso Lev Tolstói en 1890, se ha extendido ampliamente en la sociedad occidental moderna, mientras que es infrecuente entre las poblaciones tradicionales tanto actuales como antiguas. Parece ser una degeneración de la relación humana con la embriaguez como resultado de los efectos de la sociedad neurótica moderna.

Manteniendo el enfoque sobre el mundo tradicional y el pasado del ser humano, que es el tema de este libro, es apropiado hacer una observación sobre ciertas figuras de las sociedades tradicionales, “especialistas de lo sagrado” y expertos en técnicas de inducción de estados de conciencia modificados, incluidos los que implican la ingestión de plantas y hongos embriagantes: los chamanes, los curanderos, los vegetalistas, los medicine-men, los hechiceros, etc. Se trata de personas de ambos sexos que, dentro de un grupo social, han adquirido ciertas cualidades y conocimientos, ya sea de forma natural, por elección o mediante largos y arduos cursos formativos. Son estimados y al mismo tiempo temidos por los otros individuos y se les considera dotados de poderes sobrenaturales por su capacidad de interactuar con el más allá y con las entidades que lo habitan, con los “otros mundos”, con lo sagrado.

Es dentro de esta categoría particular de individuos donde se encuentran los expertos tradicionales en plantas embriagantes; expertos, pero a la vez investigadores de los principios embriagantes, ya que quienes las conocen, quienes saben de su existencia, suelen buscar otras nuevas. Algo similar sucede hoy entre nosotros, los etnobotánicos, que nos dedicamos al estudio de las plantas psicoactivas ya conocidas, mientras que al mismo tiempo avanzamos hacia la investigación y el descubrimiento de nuevas especies.

Durante varios milenios el chamán ha sido el especialista en plantas embriagantes, las ha descubierto a través de la cuidadosa técnica de la autoexperimentación y la aguda observación de la naturaleza circundante. Es cierto que el descubrimiento de las propiedades embriagantes de ciertas plantas u hongos puede haber ocurrido de manera fortuita por parte de individuos comunes, o por la observación de comportamientos extraños en animales que se alimentan y embriagan con ciertas plantas, como es el caso de las cabras y las plantas del café y del té. Pero buena parte de las plantas embriagantes conocidas en el mundo tradicional se descubrieron porque fueron buscadas por los especialistas de este oficio antiquísimo: el investigador, el experimentador, el estudioso de las ebriedades y los estados modificados de consciencia.

Las plantas embriagantes han jugado un papel importante en la historia e incluso en la evolución humana, cultural y quizás incluso biológica. Tal como se verá en la exposición de este libro, los recientes hallazgos arqueológicos muestran cómo el descubrimiento y la elaboración de importantes recursos de subsistencia (por ejemplo los cereales y sus harinas) tuvieron su origen en el uso asiduo de ciertas hierbas gramíneas utilizadas en la elaboración de bebidas alcohólicas fermentadas, las cervezas, hecho que ocurrió tanto en el Mediterráneo como en Asia. Es el caso de la cebada y sus afines y, en las Américas, el del maíz, del que se obtienen bebidas alcohólicas conocidas con los nombres de chicha y cauim. En el trabajo continuo de elaborar bebidas alcohólicas para obtener la ebriedad, el hombre prehistórico descubrió cómo obtener fuentes de alimentación, un caso indicativo de la embriaguez como inductora de importantes logros culturales.

Las plantas embriagantes ya se conocían en las culturas mediterráneas clásicas, como la griega y la romana. Homero detalló en La Odisea (IV, 227-232), epopeya compuesta en el I milenio antes de Cristo, el uso del nepente, una sustancia vegetal “que quita el dolor” y que Helena de Troya mezcló secretamente en el vino para aliviar el desánimo y la tristeza de los invitados por la ausencia de Ulises y la sospecha de que ya no estaba entre los vivos. No sabemos de qué fuente vegetal se extraía el nepente, pero es seguro que era un principio embriagante. A pesar de todas las disquisiciones que se han dado desde la antigüedad hasta nuestros días, no se ha llegado a un acuerdo respecto a este tema.

Plinio el Viejo parece haber sido uno de los primeros autores antiguos en describir con cierto detalle las plantas embriagantes conocidas en su tiempo en la obra enciclopédica Historia naturalis, escrita en el siglo I d. C., y para cuyos nombres antiguos aún no se ha encontrado una identificación botánica satisfactoria. Este autor estudió varias sustancias, entre ellas el doricnio o manicon, que tomada en cierta cantidad provocaba “alucinaciones y visiones que tienen la apariencia de la realidad, causando una cantidad doble auténtica locura”; el alicacabo, del que había varios tipos y de cuya raíz se preparaba una pócima que bebían “aquellos que quieren parecer verdaderamente invadidos por un dios, para fortalecer la creencia en los vaticinios que pronuncian”; la hierba aglaophotis, originaria de Persia, que fue utilizada por los magos cuando querían convocar a los dioses; la aqueménida, presente en la India, que se suministraba a los delincuentes para que confesaran sus culpas, ya que bajo el efecto de las alucinaciones se les aparecían las figuras de varias deidades; la ophiusa, originaria de Etiopía, cuya poción hacía que las visiones de serpientes fueran tan aterradoras y amenazantes que hasta podían inducir al suicidio, por lo que a los culpables de sacrilegio se les condenaba a beberla; la thalassoegle de la India, que causaba delirio y alucinaciones; la theangelis del Líbano, ingerida por los magos antes de adivinar; o la gelotophyllis de la Bactriana y la hestiateris de Persia, que inducían imparables explosiones  de hilaridad.

El conocimiento de las plantas embriagantes es mucho más antiguo que el de los tiempos clásicos. Por ello la arqueología compensa la falta de documentación literaria de los tiempos prehistóricos, proporcionando una cantidad de datos cada vez más considerable, junto con la evolución de las técnicas y los instrumentos arqueométricos. La arqueología revela siempre la antigua relación humana con los principios embriagantes en todo el mundo, y no sólo en las antiguas culturas euromediterráneas.

A fin de comprender mejor los datos arqueológicos relacionados con cada uno de los principios embriagantes que presentaré en los próximos capítulos, expongo a continuación las técnicas generales y los problemas asociados con la arqueología de las plantas embriagantes.

Uno de los primeros problemas que surgen cuando se encuentran en un contexto arqueológico restos de una planta, embriagante o no, tiene que ver con la determinación de la causalidad antrópica de su presencia. Es decir, comprender si ha habido una relación humana intencional con estos restos o si su presencia es accidental. Por esta razón, respecto a las plantas, se suelen distinguir los hallazgos antrópicos de los ambientales, asignándoles dos términos diferentes, aunque no existe un acuerdo unánime entre los académicos sobre su uso. Hay quienes llaman paleobotánicos a los hallazgos ambientales y arqueobotánicos a los antrópicos, partiendo de la suposición de que la arqueología se ocupa de todo lo que estuvo relacionado con el hombre y con los ambientes antrópicos. Algunos estudiosos consideran los términos arqueobotánica y paleoetnobotánica como sinónimos, asociando ambos a la actividad humana, mientras que otros los consideran distintos, indicando con estos términos los hallazgos ambientales y los antrópicos respectivamente. Otros aún emplean el término arqueoetnobotánica exclusivamente para indicar la actividad agraria del hombre antiguo. Pero en general el término paleoetnobotánica se emplea en la arqueología del Nuevo Mundo, mientras que arqueobotánica se utiliza principalmente en el Viejo Mundo, usándose indistintamente.

En el presente trabajo prefiero seguir la distinción adoptada por aquellos académicos que distinguen los hallazgos arqueobotánicos de los arqueoetnobotánicos, poniendo énfasis en la partícula etno para denotar la relación causal con las actividades antrópicas. El primero está relacionado con aquellas plantas que formaban parte del entorno natural, como es el caso de los trozos del tronco de un árbol o las semillas de plantas silvestres, cuya presencia en contextos antrópicos sujetos a excavación arqueológica es completamente accidental. Un ejemplo sería la presencia de polen o fragmentos de vegetales en las perforaciones (muestreo) de suelos vírgenes, es decir, no contaminados por la presencia humana, con el objetivo de estudiar la flora y los cambios climáticos del pasado. En cambio, los hallazgos arqueoetnobotánicos son aquellos que surgen de las excavaciones y cuya presencia fue causada por el hombre de manera intencional y no accidental. Pertenecen a este grupo los granos de plantas cultivadas por el hombre que se encuentran en las despensas de las casas antiguas, las flores de las guirnaldas de la momia de Tutankamón o los troncos de los palafitos de las aldeas neolíticas de los Alpes. Si en la mayoría de los casos la relación intencional con el hombre es evidente, no son pocos los casos dudosos, cuya discusión entre los estudiosos, a veces, va llenando las revistas arqueológicas durante años o décadas.

Una vez que se ha determinado la causalidad antrópica del descubrimiento vegetal, un segundo tipo de problemática tiene que ver con la identificación de la finalidad del uso de la planta, sobre todo cuando se trata de restos de plantas embriagantes. Las plantas psicoactivas han sido y siguen siendo utilizadas por el hombre, no sólo para lograr un estado de embriaguez, sino también con fines medicinales, comestibles, manufactureros o utilitarios. Si un vegetal tiene propiedades psicoactivas, seguramente tiene propiedades medicinales. Se trata de un postulado confirmado de manera continua por datos etnográficos de todo el mundo, así como por la medicina moderna. Sólo hay que pensar en las portentosas propiedades analgésicas del opio, obtenido del Papaver somniferum, en las anestésicas de la cocaína presente en la planta de coca, o en las antiasmáticas de las daturas y otras solanáceas “delirogénicas”. Hay casos en los que una planta embriagante se puede utilizar con fines alimenticios. Un ejemplo clásico es la adormidera, cuyas semillas se han utilizado desde la más remota antigüedad como fuente de alimento y siguen siendo un elemento de la dieta de las poblaciones modernas de Europa oriental. Otro ejemplo concierne a los nenúfares embriagantes, cuyos pétalos fueron utilizados con fines afrodisíacos o visionarios por los antiguos egipcios y los mayas, pero cuyas frutas y semillas fueron utilizadas por las mismas poblaciones como fuente de alimento. Hay casos en los que se usa una planta embriagante para fines de fabricación, es decir, para construir objetos. Es el caso del cáñamo, cuyo tallo se ha utilizado con fines textiles desde el comienzo de su relación con el hombre, o el de la alharma (Peganum harmala), cuyas semillas se utilizan en Turquía con fines medicinales o embriagantes, mientras que las pastillas de ceniza utilizadas como detergente para lavar la ropa se obtienen de toda la planta quemada. Finalmente, una planta embriagante se puede utilizar con fines relativos a su utilidad. Un ejemplo es el uso de troncos de árboles de especies de mimosa como madera para alimentar el fuego entre algunos grupos étnicos brasileños. De estos mismos troncos extraen una bebida visionaria llamada jurema, que toman durante ritos religiosos particulares. Es el caso también de la seta alucinógena Amanita muscaria, que se coloca en los alféizares de las ventanas para atrapar a las moscas que se posan en ellas, narcotizándolas y neutralizándolas así con facilidad. Es una práctica generalizada en diferentes regiones del mundo que explica los nombres populares de fly-agaric y amanita ammazzamosche.

Otra complicación concierne a aquellas plantas que no presentan principios embriagantes directos, sino indirectos. En la mayoría de los casos, una planta o una seta son embriagantes per se, es decir, que el efecto psicoactivo se obtiene a través de la ingestión directa de la planta o partes de ella (hojas, raíces, semillas, etc.), o bien por medio de preparaciones que preservan los principios activos presentes en la planta (infusiones para ser ingeridas, polvos para ser inhalados, etc.). Pero hay plantas que no son embriagantes y de las que sólo a través de un proceso de fabricación específico es posible obtener un producto embriagante. Un ejemplo clásico es la vid y su fruto, la uva, que no tiene propiedades psicoactivas y de la que se obtiene del jugo fermentado una bebida alcohólica, el vino. Otro ejemplo se refiere a los cereales como la cebada o el maíz, de los que a través de procesos de fermentación se obtienen bebidas alcohólicas conocidas como cervezas en Europa o como chicha y cauim en América del Sur. La uva y los cereales, así como numerosas frutas de las cuales se obtienen las bebidas alcohólicas más diversas en todo el mundo, presentan principios embriagantes indirectos. Su descubrimiento en hallazgos arqueológicos puede indicar un uso como fuente de alimento y no siempre como fuente para el desarrollo de una bebida embriagante.

Por todas estas razones no siempre es posible identificar el propósito para el que se usó un vegetal embriagante cuyos restos afloran de una excavación arqueológica.

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